lunes, 17 de marzo de 2014

Al tipo lo malinterpretaban



 
 
    Era un tipo al que lo malinterpretaban. Se llamaba Pérez de apellido y Francisco de nombre y decía que nadie lo entendía. 
    Pedía la cuenta y le traían otra cerveza, pagaba su parte con un billete grande y entendían que él pagaba todo, contestaba el teléfono y al otro lado entendían que habían marcado el número equivocado y colgaban, y al día siguiente, cuando conseguía aclarar con la secretaria de Martínez & Martínez que la llamada urgente de la tarde anterior la habían hecho al número correcto, y cuando el trabajo que le iban a ofrecer ya había sido otorgado a otro menos capacitado, rubio, endeble y con cara de bobo, le decían en su propia cara que al atender él había dicho fuerte y claro que él no era él.

    Cuando sonreía la gente entendía que estaba triste, cuando se enojaba la gente se reía a carcajadas, cuando se conmovía la gente lo insultaba porque creía que se burlaba de los sentimientos ajenos.
    Sus padres aún vivían, y le atribuían todas las características de su hermano fallecido: creían que todo lo decía en chiste, que era mitómano, cleptómano, homosexual. 
    Sus vecinos le habían enviado varias veces a la policía por los ruidos molestos del apartamento de enfrente. La policía lo había detenido cada una de esas veces por sospecha de tráfico de drogas.
     Estuvo encarcelado seis meses porque su defensor había entendido que era culpable y que le había pedido que lo mandara preso. Nunca quiso contar todo lo que sufrió a la sombra.
     Había sido abandonado una vez tras otra por mujeres que amó con locura, siempre con el mismo reproche previo al portazo y los taconazos en la escalera: que él no las quería.
     Dejó de hablar. Creyó que escribir le haría las cosas más fáciles y escribió sin parar, no para que lo publicaran, sino para aclararse consigo mismo. Pero una serie de coincidencias condujo a la publicación de todo lo que había escrito y la situación empeoró. Fue acusado al principio de promover la disolución de todas las buenas herencias de oriente, y después de promover la disolución de todas las buenas herencias de occidente. Fue ovacionado y financiado por los nazis y las multinacionales que atacaba en sus escritos, y rechazado y maldito por las organizaciones progresistas con las que se sentía más afín. 
     Un ex compañero de la primaria le dio muerte en la esquina de su casa. Le vació el cargador de una AK-47 al grito de "¡Traidor!" antes de prenderlo fuego con un lanzallamas y trozarlo con un machete. Pérez tuvo la fortuna de morir antes de darse por vencido y aceptar que los demás tenían razón.  

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