viernes, 30 de octubre de 2009

BAR MUNICH



En el Bar Munich, cueva de la magia y la alegría, no pasa absolutamanete nada. Se aburren en el horror de su mugre cósmica las moscas y las cucarachas.
Uno de los mozos pasa un trapo que ensucia el mostrador, una cucaracha mea parada contra la esquina. Vemos que entra Johnny, sus zapatos de charol, su abrigo de paño gris, y sus dientes increíbles brillando como cometas en el bar que se despedaza bajo la mugre, entre las telarañas grasientas, los pedazos de escarbadientes desperdigados por el suelo y los hongos que crecen a la velocidad de los documentales.

Pasa Johnny sobre la hilera de hormigas que se llevan pedazos de mármol del mostrador y se sienta junto al ventanal. La silla se cimbra bajo su peso de bulldozer. Se acomoda el sobretodo, levanta una de sus enormes manos y le pide al mozo:
GRAPA.
¿con limón?
NO
El mozo sirve la mitad dentro del vaso, la mitad fuera, y escucha cómo los ojos de Johnny le examinan la camisa gris de no lavarla desde mil novecientos sesenta y nueve, y se va, se mete tras el mostrador y se esconde para llorar de vergüenza.

Johnny termina la grapa. Deja las monedas sobre la mesa. Saca su encendedor. Mira en derredor. Acerca la llama al servilletero y las servilletas encienden como antorchas de una ceremonia pagana. Los corazones de los mozos, ahora todos tras el mostrador agachados, temblando, dicen algo como gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias, pero a la vez lloran y se mueren de miedo de la muerte pero sobre todo de la vida. No se pueden arrancar el miedo y el fuego parece un remedio, y dicen gracias gracias gracias gracias gracias gracias.
Pero se equivocan, siempre se equivocan, las servilletas se han apagado y el Bar Munich no se incendia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario