sábado, 18 de enero de 2014

MISTER PRESIDENT

El presidente Morgan ve un dedo gigante que desciende sobre la ciudad. Ve a los habitantes de la pantalla perplejos un segundo y fulminados al siguiente por la certeza de su muerte inmediata.
   Entonces la voz destemplada de James rompe el encanto de la visión para decir: “Aquí, Señor presidente, éste es el lugar”, y su propia voz responde: “Bueno, como sea”.
Así da comienzo la operación que desaparecerá del mapa aquella región mucho más allá de los límites de la pantalla. Eso ha sido todo. En el despacho están James con su dedo sobre el mapa, el presidente Morgan, y Miller de pie al lado de la puerta, como un dóberman.
La revuelta está ocurriendo aquí -sigue James-, se trata del agua de su familia, Señor presidente -y continúa con una serie de pormenores que no interesan a nadie, si el asunto está cocinado desde hace años. Pero James está pletórico. Debe creer que ahora sí habita el mundo real.
  “Bueno, como sea”, ha dicho el presidente mientras le señalaba el bar a Miller, y como James sigue esperando debe agregar: “por supuesto, hay que hacer lo que hay que hacer. Adelante,estimado James, haga la llamada”.
Así que James llama, pide con el almirante, le alcanza el teléfono y da un paso atrás. “¡La Historia!”, debe estar pensando, basta mirarle ese brillito en los ojos. El presidente hace una pausa, dice “Almirante”. Al otro lado de la línea, el Almirante dice “Señor presidente”. Luego una segunda pausa, un poco de teatro, un poco de verdad, y el presidente valida la orden mientras su vista se pierde sobre las copas de los árboles, “como papá cuando era presidente”, llega a pensar antes de despedirse y colgar.
Entonces recuerda a Bobby Rainbow, director de Aqueduct y accionista mayor de Rainbow
Defense. Bobby es algo así como un primo, porque sus padres eran algo así como hermanos.
James, por favor informe al Señor Rainbow”.
El presidente Morgan imagina el mensaje que atraviesa el aire, el vacío, rebota en los satélites, pasa por las antenas y llega casi antes de salir al teléfono de Bobby Rainbow en su casa de la isla. Bobby se toma su tiempo. Está quieto como una iguana. Ni un sólo músculo de la cara se le mueve. Quizás su mente le diga: “el poder, Bobby, el poder”, pero él sigue en silencio, respira despacio bajo el cuerpo de una chica dormida. Una de esas chicas menudas que le gustan a Bobby.
Se estira y la chica resbala a un lado sin despertar. Bobby enciende uno de sus puros. Sus ojitos amarillos brillan en medio de la nube. Abre las persianas para que la luz del Caribe lo incinere. Y de seguro piensa en números. Porque Bobby siempre piensa en números. Tenaz y certero es Bobby. Implacable. Un habitante del mundo real. Un dueño del mundo. Más que él. Porque él es el presidente, pero Bobby con sus empresas y sus países artificiales y sus guerras sin fin, ¿no es algo así como un rey? No hay dedo que aplaste a Bobby.
¿No? ¿Y no puede su dedo aplastar a Bobby? ¿Quién es el presidente?
Bobadas. Bobby es como un hermano. Lo va a llamar apenas se le ocurra algo ingenioso que decirle.
Otro gesto a Miller. “No, sin hielo”. Bobby. Bobby Rainbow, piensa. Motherfucker Bobby.
No sabe por qué se lo ve sentado en la silla eléctrica. Y no sólo lo ve: también huele el aire del subsuelo, presiente la realidad de la ejecución, los ojitos amarillos de Bobby sepultados bajo la capucha, el crujir espectante del auditorio de testigos. Piensa que no queda mal Bobby en la silla.
Un hermano. Arduas son las cosas para Bobby Rainbow. Pudieron haber sido sencillas, fáciles, suaves como han sido para él, pero se las ha buscado difíciles, y sin necesidad. Es que Bobby es un hacedor de mundo. Bobby es como un dios.
Pero él distinto, piensa y se levanta con el vaso en la mano. A él todo le ha resultado muy fácil. ¡Mira mamá, sin manos! Acaba de llegar en helicóptero; ha validado un ataque; a las nueve leharán un masaje; a las diez firmará todos los papeles que le ponga James delante; a las once hablará con su hija; a las doce llegará la compañía que le ha agendado Miller.
Yo no busco el poder, piensa, el poder viene a mí por su cuenta. Es una cuestión de
sincronicidad. Miren, no duele. Todo está bien.
Se truena los dedos, uno por uno.
Quizás sea que Bobby sabe dónde empiezan y terminan las cosas. ¿Es eso, Bobby? Arroja el vaso contra la pared, maldice en voz alta.
¿Qué hora es?”
Las ocho treinta, Señor”.
Mientras Miller recoge los vidrios el presidente lo mira como a un desconocido.
Se acerca a la ventana. Debe pensar. Cuando venga el masajista le pedirá que le meta un dedo en el ano. Un dedo, piensa, como el que bajaba sobre la ciudad.


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